Mi vida está llena de hermosas causalidades, de épocas conectadas, de diamantes que solían ser piedras. Y entre todo eso, algo de mi niñez, que simbólicamente marcó mi actividad actual de escribir y sobre lo que no recuerdo haberte contado. Se trata de lo siguiente:
Mi papá (Luis Alberto, q.e.p.d.) no conoció ningún libro mío, de hecho se enteró de ellos cuando falleció. Sin embargo es como si toda mi vida me hubiera preparado para escribir. Cuando cumplí 8 años me regaló en hermoso estuche y marcada con mi nombre, mi primera pluma fuente o estilógrafo (como le llamamos en Colombia). Yo estaba encantada, escribía con la pluma en todos los papeles que encontraba y en todos lados de la casa.
Cuando cumplí nueve me regaló una pluma antigua, de esas que son plumas en verdad y que hay que ir introduciendo en un tarrito de tinta para poder escribir. Así llevaba a cabo mis tareas y mucho más.
Entonces me acostumbré a escribir con ellas, de modo que prácticamente soy coleccionista de plumas con las que siento un flechazo desde la primera vez. Aunque no tengo una hermosa letra, siempre espero una tinta uniforme y oscura, trazos perfectos y una fusión de suavidad y firmeza
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