No te sueltes de ti

Una mujer deprimida escribe:

Vivi, cuánto me gustaría ser como tú, y vencer miedos y sobre todo aprender a amarme y valorarme pero no puedo. Sólo anhelo la muerte.

Como introducción: Las personas que me leen suelen creer que he vencido mis miedos, pero no es así. Alguien como yo conoce y valora la importancia del miedo. Le da las gracias por volver.

Así que desde mi corazón, a esta mujer y a quien se sienta igual, le entrego estas palabras con profundo respeto a su dolor:

En la medida en que crecemos, y a base de acumular recuerdos, vamos desarrollando un impulso natural de morir para que cese el dolor de estar vivos. Ya olvidamos que por ese dolor fue que vinimos. Desde arriba, desde esa otra dimensión se veía tan atrayente todo esto, y entonces quisimos nacer.

Así que te diré algo simple: Ama lo que sientes, que a eso vinimos. Sé que la oscuridad jala, atrae, y tiene fuerza, así que por favor ni en la hora más oscura te sueltes de ti.

Si yo fuera tú, hablaría con la Inteligencia Divina y le diría: Si tú voluntad es que me sienta así de devastada yo la respeto, yo acepto. Por favor hazme sentir que estás en mí. Haz que en mi agonía pueda darme cuenta de que somos uno y de que cada paso que doy, por muy errado que parezca ante mis ojos, es más tuyo que mío.

Después me abriría a la posibilidad de comprender que morir no tiene absolutamente nada de malo, pero que mientras esté en este mundo, en lo posible, debo estar sin deudas conmigo, o con los demás, en paz. Por lo que desde mi mente, le pediría perdón a todos los que amo, me pediría perdón y me perdonaría una y otra vez. Me abrazaría como la madre que soy para mí, por no poder ver el camino. Me tomaría en mis propios brazos y me diría que no hay ningún problema en sentirme así. Me diría que no es mi culpa, que sólo son recuerdos que me traspasan, que soy inocente aun por desear irme de este mundo.

Bajo estas condiciones no intentaría aliviar mi tristeza, sino que sentiría realmente el flujo lento o acelerado de la sangre a través de mi ser. Comenzaría a sentir. Escucharía mis sollozos sin juzgarlos. Me entregaría a la única voluntad que prevalece. Y para ello me tendería en el piso de mi habitación, con los brazos abiertos para dar gracias por ese deseo infinito de morir que creo que no me deja en paz (Yo soy alguien que lo agradece todo). De hecho, con mi voz apagada daría las gracias por cada momento en este mundo, por poder ver el cielo, por poder mirar la lluvia, por el sabor del café, por mi familia, por mi corazón. Y no esperaría nada a cambio de esto, ni siquiera un leve asomo de tranquilidad. Que se haga tu voluntad susurraría. Tu voluntad. Tu voluntad y nada más.

Esto es la humildad, la entrega, la rendición. Y también es volver a mí.

Y desde el piso de mi habitación, me daría cuenta de cuál es la voluntad de lo divino en mí. Allí desde lo profundo, desde abajo, desde las tinieblas de la mente, sé que me guiaría la inspiración y no los recuerdos, entonces tendría lugar lo bello, lo perfecto para mí.

Y para ti también.

Gracias por leerme.

 

*Sitio web administrado desde el 28 de octubre del 2019 por Sofía Córdova compañera de vida de Vivi Cervera

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