Con corazón venezolano

Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto Simón Bolívar (Venezuela), lo primero que hice fue decir: “Venezuela… lo siento, te amo!”. Una de las experiencias más hermosas fue el encontrarme con quienes tenía una cita pendiente. Fue así como tuve la dicha de ver otra vez a esos seres humanos que me brindaron su corazón, a las almas comprometidas que en un titánico trabajo de equipo creyeron en mí lo suficiente como para elevarse sobre los obstáculos, sobre las dudas, sobre los miedos y llevarme hasta el oriente venezolano.

Este no fue el trabajo de una organización formal que lleva escritores a otros lugares, fue la misión de una familia como la tuya o como la mía, que creyó que podía llevarme y lo hizo. Gracias. Gracias. Gracias.

Por otro lado te comento que cuando probé la comida de Puerto La Cruz lo hice con confianza porque crecí comiendo de forma similar en mi natal Colombia y porque  entre muchas cosas nos unen algunas maravillas de la gastronomía suramericana como lo son las arepas (torta de harina de maíz precocida), el café cargado, el pan con fruta cristalizada y el suero. Sin embargo ahora afirmo que nada se compara con el “pabellón”… uno de los platos principales de la región y que es la fusión de etnias, sabores, colores y aromas integrado por carne mechada, arroz blanco, caraotas (fríjol negro) y tajadas de plátano maduro. Probé esta delicia en casa de Magda una gran amiga que recuerdo con amor.

Y no puedo dejar por fuera a la “reina pepiada” o pepiá para que se lea más venezolano, lo cual forma parte del relleno de las arepas y que es un pollo preparado de forma celestial. Pero… ¿Qué decir de las “hayacas”? Ahora mi corazón venezolano me pregunta: Vivi… ¿Cómo harás de aquí en adelante para vivir sin las hayacas? Y la verdad es que no tengo una respuesta. Sólo sé que en algún momento volveré a Venezuela por una de ellas y si es en casa de doña Zunilde mucho mejor.

Cuando regresaba y de nuevo en Maiquetía (cerca de Caracas), estaba en el aeropuerto comprando papas fritas que por cierto, las venden combinadas con todo en el mismo paquete al igual que en mi Colombia y sin querer pulsé “equivocadamente” los botones de la máquina y saltó a mis manos un “cocosette” (galleta mágica de coco que rescata a mi niñ@ interior de cualquier cosa).  Y me sorprendí tanto, porque eso era lo que comía fascinada cuando estudiaba en el colegio en mi Colombia!!! La máquina no se había equivocado, el cocosette quería venir conmigo a México. 10 minutos después compré una caja en el Duty free.

El olor del mar, la brisa, el vino tinto, la presencia invisible de Ram, mis interminables charlas con Yla, las enseñanzas que me regaló Helena, la sonrisa de Juanka, la sabiduría de mi pequeña gran Victoria, la inocencia de Ana y Paola, la “complicidad” de Milagros; los ojos, las miradas, las voces, las risas, los abrazos y las bendiciones de quienes asistieron a mi conferencia, son algo que llevo conmigo porque a ninguno de ellos dejé allá, a todos los llevo en mi corazón venezolano.

Gracias, les amo.

 

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